Jugamos al poker una vez cada dos semanas. Jorge, Pablo, Guillermo, Nacho y yo. Cinco perfiles distintos, cinco realidades, cinco mundos y -sin embargo- dos conexiones, dos pasiones, muy fuertes: el poker y las mujeres.
Jorge es el típico divorciado feliz. Tras descubrir que su matrimonio había sido el gran error de su vida, decidió no volver a atarse. Las chicas respetables se sienten algo intimidadas por la pata de palo, el garfio, el parche en el ojo y el lorito parado en el hombro. Pero, sin embargo, es de nosotros el que tiene sexo con más frecuencia. Pablo, en cambio, tiene una visión completamente distinta de su propio fracaso matrimonial: en el fondo es un romántico que crée en el destino y añora a la mujer de sus sueños que, de un momento a otro, habrá de llegar a su vida para curarle las heridas de una ex psicótica y tramposa.
Guille fue cornudo y no es joda reponerse de eso. Hizo una valija y dejó a su mujer el día que la encontró en la cama con otro tipo. Pero, evidentemente, la amaba seriamente -de una forma en que yo nunca pude amar a Valeria- porque aún hoy, casi cinco años después, sigue tan destrozado como el primer día. No volvió a formar pareja estable y creo que, en el fondo, sueña con que alguna vez su ex se arrastrará a sus pies rogando perdón y pidiéndole que "todo vuelva a ser como antes". Algo que, sabemos, jamás sucederá.
El único que no acarrea un fracaso en sus espaldas es Ignacio. Sólo que Nachito es gay. Pero aún no lo sabe. De todos modos, a juzgar por estas amistades enfermizas que frecuenta, no me cabe la menor duda que, el día que finalmente decida salir del closet, no dudará en encontrar un caballero que le despedace el corazón.
Muchas veces los miro como de lejos. Con sus cigarrillos en la boca y sus cartas en la mano. Despotricando contra sus respectivas ex parejas, o contra las actuales, o contra las futuras."Mis amigos son unos atorrantes", suelo pensar, citando a Serrat.
Pero muchas veces me pregunto si esta patológica capacidad de fracasar en el amor -además de la timba- no será lo único que tenemos en común.
Y, créanme, me preocupa.