“Metete la casa en el orto”, le dije a Valeria el día que nos separamos, “y yo pago la vaselina”. Si había algo en lo que no tenía interés cuando me separé -que me valdría las puteadas de mi abogado y de lo que me arrepentiría varias veces, tiempo después- era en conservar la casa o venderla para obtener mi parte. De hecho, era tal la ansiedad por huir de las garras de mi exposa, que no tuve problemas en dejar atrás todo lujo, en proponerle que se metiera bien en el culo no sólo la casa, sino también todo lo que tenía adentro, incluyendo muebles y electrónicos.
Sólo hice tres excepciones a esta regla. Conservé mi auto y mi computadora, por una mera necesidad laboral. Y le pedí el microondas.
No puedo vivir sin microondas. Un minuto para la taza del te o del café instantáneo. Tres minutos para recalentar unas empanadas sobrantes. Cinco minutos para los restos mortales de un pollo al spiedo de la rotisería del barrio. Programa especial para descongelar esa bandeja de carne picada que ha tomado la textura de un adoquín. Un toquecito de diez o veinte segundos para que las facturas de ayer parezcan recién sacadas del horno. El microondas es magia blanca, con bandeja giratoria y timer. Si tomara mate, creo que lo metería adentro también.
- Pero yo le caliento la leche a los chicos todas las mañanas antes de ir a la escuela - protestó Valeria.
- Y yo caliento... ¡Todo! ¡La vida! Puedo sobrevivir sin la tele, sin el reproductor de DVD, sin el equipo de audio, sin el lavarropas, sin el secarropas, sin el secador de pelo, sin el Epilady. ¡Hasta podría sobrevivir sin heladera, si me lo propongo! Pero por favor, Valeria, no me dejes sin microondas porque me cortás las piernas, las manos y la lengua.
- De ninguna manera - se obstinó.
- Me llevo el microondas. Quedate con todo el resto, pero el microondas se va conmigo.
- Ni se te ocurra, porque llamo a la policía y digo que me robaste.
- ¿Ah, sí? ¡Hablalo con mi abogado!
Cuando le hice el planteo a Pablo, por supuesto, me sacó cagando. “¿Tanto quilombo por un microondas de mierda?”, se me cagó de la risa, “¡Comprate otro, no seas rata!”.
Me compré otro. Más grande. Más lindo. Plateado. Con un manual de instrucciones gordo como "La guerra y la paz". Doce cuotas con tarjeta. Magia caliente.