229 - Montaña rusa

No ha dejado de amenazarme con hacer una valija y mandarse a mudar. De cierta psicótica manera, supongo que es sólo un amague de mi novia sufriente de desarraigo, que es como los suicidas que, casualmente, siempre fallan o son descubiertos a tiempo. Esos tipos que, en el fondo, no buscan quitarse la vida, sino llamar lo suficiente la atención.

El cuerpo humano es frágil. Matarse es, por ende, muy sencillo. Puede hacerse con elementos caseros y sin mayores esfuerzos. El que no lo logra es porque no quiere. "Me vuelvo a Mar del Plata" es una frase que, en los últimos tiempos, aparece demasiado seguido y, como en la fábula de Pedro y el lobo, empiezo a no creérmela, a que no quiera irse, porque sería tan sencillo como matarse. Así, la picana constante es sólo una forma de pedir auxilio sobre las cosas que la preocupan.

El problema es que la repetición interminable y la presión que ejerce me están empezando a romper las pelotas.

Tengo una vida complicada. Demasiado laburo, hijos demandantes, exposa en un cuestionable estado de salud mental y mil mambos más. Todos los días de mi vida consisten en, de una u otra manera, atajar penales, resolver entuertos, acomodar cosas, siempre tratando de hacer equilibrio para que nada se caiga.

Mili es, en cambio, una de las pocas cosas estables, constantes. Desde que descubrimos que nos amamos, ese amor se ha convertido en algo tan absoluto que no se cuestiona.

Por eso, cada vez que amenaza con irse, me desestabiliza. Porque la mera posibilidad de que se vaya me quita la única pata en la que se apoya mi propia cordura.

No puedo vivir en permanente estado de amenaza, en una montaña rusa donde nunca se sabe hacia qué lado es la próxima curva o la siguiente caída estrepitosa. Pero no tengo ni idea de cómo solucionarle estos problemas, para evitar que un buen día pase de las palabras a los hechos y se suba a un bondi.