Mili y Carolina pelearon otra vez. Por la temperatura de la comida. Carolina protestó porque, según ella, estaba fría. Y Mili, con toda la paciencia del mundo, le ofreció calentársela inmediatamente.
- Así no puede ser -gritó mi hija- La comida tiene que llegar caliente a la mesa.
- ¿Por qué me tratás así, Carolina? -a Mili se le habían puesto los ojos vidriosos.
- ¡Porque sí, porque me da la gana!
- Mirá, nena... -había empezado a responder, cuando la interrumpí.
- Chicas, por favor, no se peleen - dije tímido.
- ¡Vos no te metas! -me gritó Caro.
- Y vos tenele un poco de respeto a los adultos, maleducada -chilló Mili, aún más fuerte y ya con lágrimas en los ojos.
Carolina se paró violentamente de la mesa. Me paré al mismo tiempo. Antes de que pudiera atinar a decir nada, corrió y se tiró de cabeza en mi cama, boca abajo, llorando ruidosamente. No tuve oportunidad de darme la vuelta para hablar con Milagros, que ya estaba en camino hacia el baño. Cerró la puerta con un estruendo, pero desde afuera también podía oírla llorar.
Me quedé parado, congelado, en mitad del departamento, alternando la mirada entre la espalda de mi hija sobre la cama y la puerta cerrada del baño.
"Papá", dijo Natalia, en medio de esa situación, tirándome de los pantalones para llamarme la atención, "me padeze que alguiem nezezita un Ozo... ¡Pedo no zé quién!".