227 - Toda una declaración

- ¡No quiero ser más una mantenida! -me gritó Mili.
- ¡Pero no tenemos opción! -grité más fuerte.
- Sí, tenemos opción - por un segundo pareció tranquilizarse.
- ¿Cuál?
- ¡Me voy! -chilló, sacada-
- ¿Eh?
- Que-me-voy, nene -silabeó– Me voy a Mar-del-Pla-ta
- Por favor, no. No lo hagas, Mili.
- No me puedo quedar, no puedo vivir toda la vida de prestado. ¿Dónde queda mi dignidad?
- No te podés ir -susurré conteniendo una lágrima.
- ¿Cómo que no? Mirá cómo me voy -empezó a tirar ropa desordenadamente dentro de una mochila.
- No te podés ir –repetí.
- ¿Y por qué no?
- Porque te amo.

Ni en el espacio profundo hay un silencio como el que se hizo en ese segundo, en el exacto momento en que su mirada desesperada chocó con la mía que, camino de la furia, escupía “te amo” por primera vez. El tiempo se volvió inesperadamente blando y la abracé.

Nos quedamos en silencio, sintiendo el ritmo de la respiración del otro, tan cerca. No la iba a soltar. La tenía abrazada y, a la vez, la tenía presa. Mientras no se saliera de mis brazos, no podía subirse a un micro de regreso a casa.

Empujando con los codos, se separó de mi cuerpo ligeramente para poder mirarme a los ojos.

“Yo también te amo”, dijo.

Y, en cuanto la solté, empezó a sacar nuevamente su ropa de adentro de la mochila.