La tercera sesión con el Licenciado Menéndez, debería habérmela imaginado. Pero no. Hay veces que soy un tipo tan ingenuo, que no veo venir las cosas más obvias.
Astuto, el terapeuta recordaba su promesa de dejarme hablar a mí, por lo que disparó la primera pregunta a mansalva:
- Y dígame, Señor Q... ¿Qué es lo que más le molesta de su mujer?
- Uy, tengo una lista larga, licenciado.
- Bueno, empiece por una cosa.
- Mire, con total franqueza y haciendo de cuenta que no está acá, y con la esperanza de que cuando lleguemos a casa no se tome represalias, le voy a decir: lo que más me jode es que sea tan controladora.
- A ver... explíqueme un poco más eso de "controladora" - inquirió el especialista, que de reojo veía ya el fuego en la mirada de Valeria.
- Ella pretende tomar absolutamente todas las decisiones. Todo lo que no se hace según su santo capricho, está mal hecho. Es "juzgona" y condena todo lo que no le gusta. No respeta para nada mis inquietudes, sabotea mis intereses personales, no le da importancia a lo que opino sobre nada...
- ¡Eso no es cierto! - saltó mi exposa de una manera que a muchos les habría recordado a la explosión del Challenger.
- ¡Callate la boca, que hoy me toca hablar a mí! - le grité desaforado.
- Bueno, bueno, bueno - se interpuse el psicólogo - a ver si nos calmamos un poco los dos y hablamos por turnos.
- Está bien - dije, conciliador.
- Bueno, Señora de Q, cuénteme: ¿Por qué dice que lo que asevera acá su marido no es verdad?
- ¿Eh? - interrumpí - ¿Pero no era que hoy me tocaba hablar a mí? Mire que tengo unas cuaaantas cosas para decir.
- Bueno, pero también podemos dejar que se exprese la señora ¿Verdad? - intentó el profesional.
- ¡Que se exprese las pelotas! - perdí completamente el control - Si usted tiene tantas ganas de escucharla despellejarme y que, encima, le paguen por eso, es problema suyo. Pero yo tengo que escuchar esta mierda todos los putos días de mi vida. Si no me dejan hablar, me voy.
- ¡Sos un desubicado! - aulló Valeria.
- Si no me dejan hablar, me voy - repetí.
- Bueno, Señor Q, tranquilícese. Tenemos que tener un orden para poder abordar los temas y resolver las cosas.
- El orden lo teníamos, licenciado. Usted me dijo que hoy me tocaba hablar a mí y se está cagando olímpicamente en el bendito orden que usted mismo propuso. Así que, por si no la entendieron, si no me dejan hablar, me voy.
- Hable, hombre, hable - intentó mediar.
- ¿De qué quiere que hable? - a esa altura, ya estaba completamente perdido.
- De lo que quiera.
- ¿De lo que quiera? - inquirí - ¿Vio qué buena campaña está haciendo Racing?
- ¿Pero vos nos estás tomando a todos el pelo? - volvió a entrometerse Valeria.
- No, querida. El licenciado me dijo que podía hablar libremente de lo que me venga en gana y yo quiero discutir la posición de La Academia en el Apertura.
- Sos un grasa - sentenció ella.
- Licenciado, explíquele, por favor, que me dejan hablar en paz o me voy.
- Bueno, caballero, pero no se ponga así. Los requerimientos de atención de su mujer también son comprensibles y debe tener su espacio de expresión - a lo que agregó, dirigiéndose a Valeria - ¿A Usted le molesta que su marido hable de fútbol?
Nunca escuché la respuesta de Valeria. Para cuando empezó a articular una respuesta ponzoñosa, yo ya estaba en la vereda, preguntándome dónde estaría el bar más cercano.