Saqué el celular del bolsillo con la velocidad de un cowboy de película que desenfunda su Colt en pleno duelo. En una sola foto, improvisada con el teléfono, logré captar las caras de Guille y Jorge. Sus expresiones, al borde de lo atónito. Sus mandíbulas desencajadas por la sorpresa. Sus muecas de no entender. O de resistirse a entender.
Entramos a Casa Brandon y atravesamos el salón de la planta baja hacia la escalera.
El festejo era en la planta alta y no habíamos subido ni la mitad del recorrido, cuando Guille hizo su primer comentario comprometido: "che... nunca había visto tanto puto junto".
Jorge, todo un estratega, esperó a llegar arriba para evaluar la situación. En un rincón, una pareja de señoritas se besaban apasionadamente y Jorgito les clavó la mirada sin absolutamente ningún disimulo. "Qué zambullidita me pegaría ahí", babeo por un instante.
Las fiestas lulas tienen toda la onda. Será que la comunidad homosexual son un grupo de gente que ha pasado, primero que nada, una lucha para aceptarse a sí mismos -que luego se convierte, necesariamente, en una cruzada por ser aceptado por los otros- que se sienten tan increíblemente libres. Una fiesta en Casa Brandon, o en cualquier otro reducto de la ciudad en los que suelen convocarse los que decidieron vivir su sexualidad a contramano de los convecionalismos sociales, está plagada de esa música que ya no ponemos en nuestras fiestas, de tragos de colores con sombrillitas, de abrazos y amigos.
Y esta era una de esas ocasiones. Una celebración con todas las letras.
Con la mirada busqué al agasajado entre la multitud y cuando finalmente lo detecté me acerqué a saludar -vadeando entre la multitud- escoltado por mis dos homofóbicos amigos.
- ¡Hola, chicos! ¡Qué bueno que vinieron! - sonrió con los brazos muy abiertos, dispuesto a un abrazo grupal.
- Hola, hola, hola - saludamos en un coro desparejo, casi digno de Los Tres Chiflados.
- Les presento a Marcos... mi... amigo - dudó un poco, al tiempo que nos introducía con un muchacho fornido.
- Un gustazo, Marcos - le sacudí la mano enérgicamente.
- Bueno, chicos... siéntanse bien, siéntanse como en casa.
- Gracias y feliz cumple, Nachito.