Llevaba más de diez minutos parado ante el altar y el hecho de que Valeria no entrara a la iglesia comenzaba a alarmarme. Con un gesto que poco y nada tuvo de discreto, envié a mi hermana a averiguar qué pasaba. Dos minutos después, volvió desencajada.
- Dice que así no va a entrar - me susurró al oído, fingiendo una sonrisa patética para la cantidad obscena de gente que nos miraba.
- ¿"Así"? ¿Así cómo? - pregunté desconcertado.
- No sé, Esteban... "así", es todo lo que repite, mientras llora como una magdalena.
- Haceme un favor: encontrala a Marina y decile que me solucione esto antes de que tenga que mandar un par de tíos fornidos con una escopeta para hacerla entrar a la iglesia de una puta vez.
Sin decir palabra, mi hermana se desvaneció entre la gente. Diez eternos minutos más tarde, cuando la gente ya empezaba a murmurar de una forma bastante evidente, se me acercó Marina, enfundada en un vestido azul infartante.
- ¿Qué mierda le pasa a Valeria? - inquirí.
- La bombacha, le pasa - respondió con una risita nerviosa.
- ¿Qué le pasa a la bombacha?
- Que la que tiene es muy chiquita, es cola less. Y se acaba de dar cuenta -sí, ahora, a minutos de casarse- que la tela del vestido es re livianita y se le nota todo el culo.
- ¿Ehhhhhh? - estallé en una carcajada, ahí mismo, con el párroco a menos de un metro y en una catedral llena de gente.
- Tal como lo oís - Marina luchaba por contener la risa.
- Bueno... Haceme un favor.
- Decime.
- Solucioname esto.
- ¿Y cómo? - se asustó.
- No lo sé, pero algo se te va a ocurrir.
Marina pensó un segundo y luego, con una mueca triunfal, me ordenó: "conseguime un auto". Jorge y Marina salieron casi al trote. Poco más de veinte minutos más tarde, Valeria entraba a la iglesia, con la cara ligeramente alterada por el llanto.
Saludando en el atrio, vino a mí Marina. La abracé muy fuerte y aproveché para preguntarle al oído cómo había resuelto el problemita.
"Me fui a casa. Le robé una bombacha a mamá, ancha como una carpa de circo".