El arreglo era de lo más sencillo: un fin de semana con papá y otro con mamá. Y ese fin de semana, a los chicos les tocaba estar con mamá. Era sencillo. Era práctico. Me dejaba liberadas unas 48 horas para manejar hasta Mar del Plata, ver a Mili y regresar a tiempo a Buenos Aires para cumplir con mis obligaciones de padre y laburante.
Pero no. Porque, con Valeria, todo es una sorpresa permanente. El jueves, un día antes del inicio oficial del fin de semana, me vino con un planteo que me tomó varios minutos decodificar. "Tengo una idea alternativa", dijo, "que nos puede beneficiar a todos: vos tenés a los chicos el sábado y yo el domingo".
¡Fantástico! No sólo los pobres pibes estaban conminados a ir y venir de un lado para el otro durante todo el fin de semana, sino que me impedía toda posibilidad de viajar a ver a Mili.
Pero temí segundas intenciones y decidí atacar:
- Bueno, está bien, hagamos eso, para variar - dije con cara de inocente - pero al revés, con vos el sábado y conmigo el domingo ¿Te parece?
- ¡No, de ninguna manera! - estalló Valeria - ¡Sábado con vos, domingo conmigo!
- ¿Y por qué?
- ¡Porque sí!
- ¿Eso te parece una justificación razonable?
- ¡Razonable las pelotas! Lo hacemos así y punto.
Que por alguna razón Valeria necesitaba el sábado a la noche libre se había hecho demasiado obvio. De hecho, si me lo hubiera pedido de onda, no habría tenido problema en arreglar las cosas para que ella hiciera la suya. Por eso, que intentara "forzarme", manipulando los horarios de nuestros hijos, me sacaba. Me incitaba a la pelea, a buscar revancha, a tratar por todos los medios de cagarle cualquier plan que pudiera tener. Pero no podía caer así de bajo. No podía sostener una pelea que, a la larga, iba a perjudicar a los chicos, sometiéndolos a un régimen que los tendría como nómades gitanos. Así que hice lo que todo buen padre y mal amante hubiera hecho en mi lugar:
- Mirá, Valeria... dejá... me llevo a los chicos el viernes a la tarde y los devuelvo en la escuela el lunes por la mañana.
Supongo que Valeria y Marcelo habrán estado felices.
Y que Mili se lo habrá bancado como una duquesa.