Victoria se fue a Río Gallegos. Tras una intensa búsqueda -donde internet y las redes sociales tuvieron mucho que ver- logró encontrar al "negro", su gran cuenta pendiente con la vida, su amor imposible y no resuelto.
Un amigo en común me contó que largó al marido de un día para el otro, dejó la casa, los hijos, la vida entera y -con una mochila enorme y sin un mango- se fue a dedo a la Patagonia en busca de su adorado negrito, que según me dijeron, estaba instaladísimo en la tierra de los K, haciendo fortunas en una petrolera.
"Una vez me contó un amigo común que la vio donde habita el olvido", dice Sabina.
Y, en cierta oscura y enfermiza manera, me alegra que Victoria haya tomado esta decisión, al borde del absurdo.
Pero no porque haya decidido dejarlo todo por un amor, porque en ese dejar todo, no sólo queda un marido con el corazón destrozado, sino hijos, que no tienen la culpa de los mambos de su madre.
Lo que me alegra es que haya encontrado otro objeto sobre quien canalizar sus comportamientos obsesivos.
Sí. En el fondo, soy un hijo de puta.