La mejor definición de la palabra "terror" la aprendí en los ojos de Magdalena, la consejera matrimonial.
La segunda vez que fuimos a verla, todo terminó de una manera tan violenta como inusual. Con su sonrisa de siempre, la especialista nos hizo una sugerencia que, en el momento, me sonó por lo menos curiosa: "Ustedes son tan diferentes y encaran las cosas de una manera tan distinta, que me parece que lo mejor va a ser que tengamos algunos encuentros en conjunto, pero también charlas individuales, como para que puedan expresarse con más libertad, con más tranquilidad".
Asentí, seguí el juego. Me dejé llevar por la opinión de la profesional. Si ella lo decía, eso seguramente fuera lo mejor.
- Entonces, la semana que viene, empiezo por vos - le dijo a Valeria, mirándola directamente a los ojos.
- ¿Y por qué yo? - respondió en pie de guerra mi exposa.
- Porque me parece lo más atinado a efectos terapéuticos.
- Claro, entiendo - replicó Valeria - Lo que vos me querés decir es que yo estoy más loca que él, pedazo de hijadeunagranputa, peroquientecreesquesos.
En el momento en que se puso de pie, tuve miedo de que golpeara a la consejera y la tomé del brazo. Seguía puteando, ahora ya con un vocabulario digno de un show de Jorge Corona, mientras se ponía más y más colorada. Magdalena, en cambio, se ponía cada vez más pálida. En sus ojos vi terror.
Me llevé a Valeria a la rastra.
Las huellas de mis dedos en su brazo duraron un par de días.