Hubo un tiempo difícil en que Valeria me tenía a los chicos prácticamente secuestrados. Cualquier excusa era buena, cualquier enojo era suficiente para esgrimir el grito de guerra: "a tus hijos no los ves". Pablo, mi abogado, me había aconsejado que fuera a buscarlos siempre según el régimen de visitas estipulado por el juzgado y que, si no me los entregaba, que llamara al 911 y pidiera la intervención de la fuerza del orden público.
Me parecía escandaloso caer a buscar a mis hijos con un patrullero. No por cómo pudiera afectar a mi exposa -o a su imagen ante el barrio- sino por los chicos. Así me tuvo varios meses, usando esta arma para demostrar poder y granjearse pequeñas concesiones.
Hasta que un día, mi amigo Nacho me dio una idea tan cruel como efectiva, y a la vez mucho más discreta que aparecerme escoltado por señores de uniforme.
Era sábado. Eran las siete de la tarde. Y yo debería haber retirado a los chicos a las seis, pero estaba en mi departamento, tirado en la cama, viendo una película.
El llamado telefónico enardecido de Valeria no se hizo esperar:
- ¿Se puede saber a qué puta hora pensás pasar a buscar a tus hijos, pedazo de imbécil?
- No voy a ir.
- ¿¿¿Cómo que no vas a venir???
- No, no voy a ir, no quiero verlos - respondí monocorde y tratando de mantener una calma que no tenía.
- ¿Pero a vos se te escapó la tortuga, chiquito? ¿Cómo que no querés verlos? ¡Es tu obligación!
- Disculpame que te corrija la aberración jurídica - intervine - pero según la sentencia de divorcio, vos tenés la tenencia de los chicos y yo tengo un régimen de visitas. Por lo tanto, VOS tenés la obligación de vivir con ellos y yo tengo el DERECHO a verlos, pero nada me obliga.
- ¿Pero vos sos loco o comiste pintura? ¡Vení a buscar a tus hijos YA!
- Mirá... últimamente, me has hecho la vida tan difícil con el tema de dejarme ver a los chicos, que perdí la motivación, perdí las ganas de pasar tiempo con ellos. Porque, si cada vez que me los llevo, voy a tener una pelotera con vos, prefiero no verlos.
Corté el teléfono abruptamente y no volví a atender, pese a que me llamó ocho veces en cinco minutos. Acababa de hacer algo tan terrible como necesario y no podía permitirme el lujo de ceder. Estaba triste, pero era necesario.
Sólo me sacó de mi tristeza un mensaje de texto de Martín:
"Mamá está cancelando su cita de esta noche. Felicitaciones, viejo ;)"