Natalia no puede dormir sin su oso: un peluche tuerto y andrajoso -con una cierta reminiscencia al oso Bobo de Monty Burns- al que ha bautizado con el increíblemente creativo nombre de "Ozo". Así, el peluche en cuestión se ha vuelto nómade: viaja de la mano de mi hija menor de la casa de la madre al mi piso de soltero, asegurándole el buen dormir a la pequeñuela.
Una mañana fría, volví a casa después de dejar a los chicos en la escuela y, cuando me disponía a ponerme a trabajar, encontré a "Ozo" en el piso de la cocina. "La puta madre", pensé, "tengo que llamar a Valeria para que pase a buscar el oso, sino Natu no va a poder dormir". Tomé nota mental del tema, como para resolverlo más tarde y -como me sucede siempre que hago eso- inmediatamente lo olvidé.
Salí a la calle más tarde, ya no recuerdo si en plan profesional o de joda. Sólo recuerdo haber regresado entrada la noche y con un whisky de más. En mitad de la madrugada, desperté sobresaltado. "Uy, me olvidé de llevarle el osito a la nena", casi grité en voz alta, mientras saltaba de la cama, imaginando la angustia insomne de mi pobre chiquita.
Pero el oso ya no estaba.