047 - Divididos, las pelotas

Cuando uno se divorcia, los amigos también se dividen. Lo chistoso -y triste a la vez- es que todos vienen con el verso de que "somos amigos de los dos", "los queremos a los dos por igual", "no vamos a dejar de ver a uno porque se haya separado del otro" y mil lugares comunes más. Lo cual es, por supuesto y por mucho que duela, una mentira vulgar.

Hay cierta clase de amigos cuya división no trae problemas: los amigos pre-matrimoniales. Jorge y Pablo, por ejemplo, no lo fueron. Nos conocimos en la más tierna y atorranta infancia y, para ellos, Valeria fue un "anexo" a mi persona. Pero el que valía era yo. Lo mismo pasó con las amigas más íntimas de ella, que me adoptaron como un "amigo político", pero que a la hora de tomar partido, se pusieron del lado de mi exposa, su amiga.

Los amigos problemáticos, sin embargo, pueden dividirse en dos categorías: los amigos "gananciales" (los que fueron adquiridos durante el matrimonio) y los amigos que, lisa y llanamente, por alguna razón, se cambiaron de bando.

Aún hoy, si me cruzo por la calle con el padrino de Martín, me cruzo de vereda. Porque se suponía que éramos grandes amigos. Porque me dijo que "a nuestra amistá no hay con que darle, loco" el mismísimo día que me separé, jurando que contaba con su apoyo incondicional "paloquenecesites". Sin embargo, jamás recordó mi cumpleaños o se molestó en levantar el teléfono para ver si seguía vivo, muerto o quebrado. Por suerte, no fueron muchos los casos, pero no se puede negar que los hubo.

La verdadera rareza fue Marina: la amiga de Valeria con la que llegamos a llevarnos tan bien que, el día que tuvo que tomar partido, se vino a jugar a mi vereda.