El mundo se divide en dos clases de personas: las que regalan discos y libros, y las que regalan tarjetas y peluches. El concepto no es mío, es de una colega blogger a la que admiro, sobre todo por capacidades de síntesis como esta.
Soy de los primeros, de los que regalan comprando en El Ateneo o en Musimundo. Esta característica hizo que, a lo largo de una década y media, hacerle regalos a Valeria, mi ex, fuera una cruzada. Porque ella es de las que le gusta recibir peluches, tarjetas, joyas -o, al menos, bijouterie decente- y ropa. Sobre todo, ropa.
Como siempre me dio mucha vergüenza entrar a una disquería y pedir "el último de Alejandro Sanz", opté durante mucho tiempo por permitirle a mi exposa el uso libre de mi tarjeta de crédito, por ejemplo, el día de su cumpleaños. Esta técnica funcionó con bastante eficiencia hasta que, un buen día, me armó un escándalo porque no me involucraba en forma personal con sus obsequios.
Tratando de evitar la ira femenina, me aboqué a la tarea de -para ese inminente cumpleaños- comprarle ropa. Tras una búsqueda intensa, le compré un sueter e hilo. Color cremita. Sabía que le gustaba. El precio era razonable. Lo hice envolver y se lo llevé. La felicidad en su mirada se evaporó en el mismo momento en que se probó la prenda.
Admito que soy torpe para calcular los talles, pero en mi primer y torpe intento de regalar pilcha, me zarpé mal. El sueter le llegaba hasta las rodillas. Las manos no se veían asomar de las mangas. Dentro de esa espalda, hubieran entrado cómodas dos Valerias.
Las lágrimas le empezaron a rodar y yo, desconcertado, tuve que escuchar un discurso que decía más o menos que "claro... lo que pasa es que, como engordé un par de kilos, vos ahora me ves como una VACA, por eso me comprás esta cosa horrible, que parece una carpa de circo... ¿Te das cuenta? ¡Me estás diciendo GORDA!".
Como una adolescente dolida, rompió en un llanto desbocado, con hipos y mocos incluídos, y corrió a encerrarse en el dormitorio.
Me sentí culpable por haberle arruinado el cumpleaños.
Pero aún tenía una esperanza de reivindicarme: el regalo de Navidad.