Durante el primer año de separación, Valeria y yo hicimos -lo juro, pero no me crean mucho- todos los esfuerzos posibles para zanjar nuestras diferencias y volver a estar juntos. Obviamente, nada funcionó del todo. Y Rosa, la mucama compartida, no fue de gran ayuda.
Digamos que, básicamente, mi mucama se volvió un buche de mi ex. Quizás yo sea demasiado piadoso y crea que lo hizo sin mala voluntad, simplemente porque su crianza y su nivel sociocultural no le permiten distinguir entre la discreción y el chisme, entre la confianza y el puterío.
"Vos no querés volver conmigo", me encaró Valeria una tarde de domingo por teléfono. Y, si bien debo admitir que, a esa altura, yo ya había dejado de quererla hacía rato, no había abandonado la lucha aún; mucho menos oficialmente. Pregunté qué le hacía pensar eso y la respuesta me dejó helado: "Rosa se cansa de sacar botellas vacías de tu casa... además, dice que hay profilácticos en tu mesa de luz y que ha pelos de mujer del desagüe de tu ducha".
Obviamente me quedé helado. En esa instancia de mi separación, si bien había vuelto a disfrutar en muchos aspectos de mi soltería, aún conservaba un estúpido celibato, anclado en la improbable chance de volver a estar juntos. Admito haber comprado los profilácticos, como una manera de estar listo para cualquier contingencia. Absolutamente me hago cargo de un consumo un tanto desmedido de alcohol, en el que fui secundado y apoyado por Pablo y Jorge.
Pero lo de los pelos en la ducha me tuvo varios días pensando, hasta que recordé que, un martes a la noche, después de un fútbol 5 con amigos, mi abogado se había bañado en mi casa. Para los que no lo conocen, Pablo es un tipo altísimo, de voz aguardentosa, cuya melena ligeramente canosa -al mejor estilo Pablo Echarri- chorrea hasta los hombros. Tranquilamente podría ser cofundido con un pelo de mujer.
Explicar todo esto fue completamente inutil. Pero el hecho de que mi ex no me creyera una palabra me fue útil: entendí que ya no tenía ningún sentido buscar ninguna reconciliación.
"La próxima vez que Rosa encuentre algo en la ducha", me dije a mi mismo, aleccionándome frente al espejo, "que venga de la cabeza de una mina".
Y la mucama, por supuesto, me estaba debiendo una buena explicación.