219 - La verdad de la milanesa

Desde que Mili se vino a vivir conmigo, se ha visto atrapada entre el amor incondicional de Natalia y el odio acérrimo de Carolina. El que venía siendo un misterio de imparcialidad, una apatía amaestrada, un personaje que se abstenía de considerarse con voz y voto en la materia, era Martín. Pero eso cambió hace unos pocos días.

Era de noche, los chicos estaban en casa, yo tenía una pila de trabajo para resolver y Mili, en su mejor intento de cooperar con las alocadas rutinas de este cuasi-hogar, se había ofrecido a cocinar.

Desde que se conocieron, Martín no le había dirigido la palabra a mi chica más allá de lo estrictamente necesario. Por eso, que él iniciara una conversación con una sonrisa y en forma espontánea me llamó la atención al punto que, si bien simulé seguir trabajando y estar absorto en la pantalla de la computadora, paré el mundo para poder escucharlos.

- ¿Hiciste milanesas? - le preguntó Martín, con los ojos abiertos como un dos de oro.
- Sí ¿Te gustan? - sonrió Mili.
- Mirá... si las hacés a la napolitana, sos mi nueva mejor amiga.

Mili se subió inmediatamente a un banquito y empezó a revolver mi escueta alacena en forma alocada.

Con gesto triunfal, retiró del último estante su ansiado trofeo: una lata de tomates.