Los hombres que engañan a sus mujeres se dividen en dos categorías: los que lo hacen por placer -por diversión, por sexo, por adicción a la adrenalina- y los que lo hacen porque se han enamorado de otra mujer.
Jorge fue, durante toda su vida de casado, un especímen de la primera categoría: el aventurero, el pirata. Estos tipos de infieles, sin son inteligentes, jamás son descubiertos. Porque sus relaciones son eventuales y descartables; y en cuanto se vuelven riesgosas, las desechan. Porque aman a su familia -dentro de sus propios patrones psicológicos- y no van a poner en riesgo las estructuras. Los piratas no suelen dejar a sus mujeres, salvo honrosas excepciones, como fue el caso de Jorge, cuya relación se desgastó al punto de ignorarse mutuamente. Sin embargo, se retiró de su hogar conyugal con el gesto triunfal de jamás haber sido pescado en un revés.
Pablo, en cambio, pertenece al segundo grupo. Mi abogado empezó volteándose a su secretaria por gusto y se terminó enamorando de su amante. Luego, la relación no prosperó, pero fue la puerta de salida de su matrimonio. Porque el tipo que se enamora de su amante, tarde o temprano es descubierto por su esposa. Pese a que suena caprichoso, esto tiene una razón de ser. Porque el hombre que se ha enamorado de otra, traicionado por su subconciente, siempre deja pistas. Busca que lo descubran y que le den una monumental patada en el culo.
Hay que tener muchos huevos para sacarse el anillo y decirle a la esposa "me enamoré de otra". En cambio, provocar una ruptura -permitiendo que el otro descubra el engaño- es mucho más fácil. Es, en el fondo, un gran acto de cobardía, pero ciertamente más fácil. Y aquí no hay inteligencia que valga. Por astuto que sea el hombre, por exquisitas que sean sus coartadas, el maldito subconciente no perdona y siempre dejará algún cabo suelto.
Por eso, el tramposo ha de ser humilde, nunca confiarse demasiado y cuidar al máximo los detalles. Pero el tipo enamorado de otra, lo que necesita es el valor para hacerse hombre, ponerse los pantalones y dejar de engañar.
Sobre todo, a sí mismo.