Toqué bocina. Toqué timbre. Hice todos los ruidos posibles. De casa de Valeria no salía ni una mísera señal de vida. Eran las 11 de la mañana de un sábado, tenía que pasar a buscar a mis hijos pero, en apariencia, no había nadie en casa.
Sin dudarlo un segundo, llamé al celular.
- Hola, Valeria... ¿Dónde cazzo están?
- En Cariló - respondió con naturalidad
- ¿Cómo? ¡Es mi día de visita! ¡Estoy en la puerta de tu casa, esperando a mis hijos!
- Ah, pero el clima está tan lindo, que nos vinimos para acá, a casa de... de una amiga.
- ¿Y yo? ¿Cuándo veo a mis hijos?
- Y, no sé... a la vuelta, supongo...
- No, ninguna vuelta. Voy para allá. Deciles a los chicos que en cuatro horas los paso a buscar para ir a la playa un rato y tomar un helado.
- No, pero...
Nunca escuché el final de la frase. Corté violentamente, a las puteadas y me subí al auto hecho una furia.
Pero a los pocos kilómetros tuve una idea brillante y decidí capitalizar de alguna manera esta pequeña tragedia y el inesperado despilfarro de combustible. Desde el celular, hice otro llamado:
"Hola Mili... estoy en camino a la costa... sí, digamos que fue "inesperado"... ¿Cenamos juntos?"
Tuve que insistirle a Valeria unas catorce veces hasta que accedió a darme la dirección del lugar a donde se había llevado a mis hijos. Llegué en un estado bastante deplorable a la puerta de un chalet que lucía razonablemente nuevo y toqué timbre. Un tipo barbudo y ligeramente excedido de peso, en bermudas floreadas y con el torso desnudo salió a la puerta.
- ¿Valeria está acá? - fue la mejor forma que se me ocurrió de encararlo.
- Eh... sí ¿Quién la busca? - parecía desconcertado.
- Esteban
- Ah... Así que vos sos el famoso Esteban - desplegó una sonrisa socarrona.
- Y vos vendrías a ser...
- Marcelo.
- Agach... - me interrumpí a mitad de la frase, tentado de la risa, y me corregí - Ah, bueno... decile a Valeria que me traiga a los chicos, por favor.
Marcelo desapareció en el interior de la casa. Pasaron unos tres minutos más o menos eternos hasta que mi ex salió, en bikini y despeinada.
- ¿Qué mierda hacés acá? - fue su saludo de bienvenida.
- Te dije que venía a buscar a los chicos.
- No creí que fueras a hacerlo.
- Bueno, lo hice. Soy el padre, es mi día de visita y acá estoy. Quedan unas cuantas horas de luz, así que me llevo a los chicos a la playa un ratito, después tomamos un helado y te los devuelvo.
- Los chicos ya estuvieron hoy en la playa y están muy cansados - intentó una negativa.
- Me importa cuatro carajos - levanté el tono.
- ¿Pasa algo, querida? - preguntó la voz de Marcelo desde adentro.
- Sí... pasa que mi ex mujer no me quiere entregar a mis hijos y voy a llamar ya a la policía - disparé en un tono que fuera lo suficientemente audible desde adentro.
- Bueno... a ver si nos tranquilizamos... - respondió Marcelo, ya asomándose a la vereda.
- Me tranquilizo si se me canta el orto, flaco - le grité, en su propia cara, en su propia casa - Ahora, con Valeria hacé lo que te de la gana, pero si retenés un segundo más a mis hijos, llamo a la cana, así que no te hagas el héroe.
- Mirá, pedazo de hijo de p... - empezó Valeria.
Pero Marcelo, que evidentemente me vio lo suficientemente sacado como para hacer que las cosas terminaran muy mal, la paró susurrándole un "dejalo así" y se la llevó para adentro. Medio minuto más tarde, Martín, Carolina y Natalia abandonaban la casa en fila india, felices de ir un rato a mojarse los pies en el mar con su papá.