"Te extraño", decía un cartelito violeta en el monitor de mi computadora. Sé, a ciencia cierta, en plena conciencia, que al otro lado de ese cartelito está Mili. A 400 kms de distancia. Extrañándome.
Mis hijos nacieron y se criaron en un mundo hipercomunicado. Telefonía celular, internet, bluetooth, wifi, banda ancha movil, 3G (aún no sé qué diablos significa) y montones de juguetitos tecnológicos que, como dice mi amiga Mica, "acercan a los que están lejos y alejan a los que están cerca". He visto a Martín enfrascado ante su celular, "texteándose" -el neologismo lo aprendí de él- con vaya uno a saber cuánta gente. Comunicados e incomunicados. Hablándose sin verse las caras, sin poder tocarse, sin sentir el abrazo de un amigo, la vibración de una voz, el calor de una mirada. Carolina ya tiene su casilla de email, que maneja con maestría y reclama, cada vez que puede, que le compre su primer celular. Me resisto, pero supongo que en algún momento aparecerá Marcelo con un flamante iPhone para mi hija y no podré hacer nada para evitarlo. Naty es aún tecnológicamente virgen, pero nada me quita el insensato temor de que algún día le crezca un puerto USB en el culo. Sí, señoras y señores: la próxima generación, la de mis nietos, abandonará esa antigua costumbre que tenemos de llevar el apellido paterno y todos se llamarán @gmail.com.
La comunicación electrónica -el chat y el mensaje de texto en particular- me provocan una fuerte sensación de irrealidad. Es como si la persona se redujera, de un ser biológico e integral, de un cuerpo y un alma, a un puñado de impulsos eléctricos, que bien podrían estar siendo enviados por mi novia, por una forma de inteligencia artificial que lo hace en forma automática, un obeso pervertido que finge ser una bella señorita marplatense o un chimpancé, como creen los lectores de tusecreto.com.
Y, sin embargo, mi computadora dice que Mili dice que me extraña. Tímidamente, tipeo: "yo también". Hace unas dos semanas que no nos vemos y me pesa en el alma, la distancia -multiplicada por el tiempo- se me anuda en la garganta.
Entonces Mili escribe dos puntos, seguido de una comilla, seguido de un paréntesis abierto. Por un instante, me cuesta demasiado esfuerzo imaginármela llorando, al otro lado, frente a su pantalla.
Pero, de repente, siento la humedad en mi propia cara; la humedad de una lágrima gorda y perezosa que insiste en viajar de mi ojo a la comisura de mis labios. Tiene el sabor agrio y salado de las lágrimas que nacen de un dolor agudo y profundo.
Entonces, yo también escribo :'(
Y espero pacientemente el momento en que podamos salir de toda esta virtualidad casi inexistente y volvamos a abrazarnos.