135 - Desencuentro

Era la hora de siempre. Era la puerta de esa casa que alguna vez fue mía. Tenía planes. No muchos, porque era fin de mes y no tenía plata. Pero estaba soleado y hacía calorcito. Pensaba comprar unas gaseosas y algunas de esas porquerías con escasísimo valor nutritivo -que les gustan tanto a los chicos- e improvisar un pic nic en algún lugar que tuviera mucho verde. Inclusive, de tan buen humor me ponía mi idea, que hasta había pensado en pasar por el departamento a buscar a Sauron y llevarlo con nosotros.

Toqué bocina. Cinco bocinazos cortos, como siempre. Los chicos ya saben que es mi código, mi identificación, y salen disparados a mi encuentro.

Pero nadie salió.

Pasaron cinco minutos eternos hasta que volví a tocar bocina. Nada. "Quizás no me escuchan", pensé, ingenuo.

Tres cigarrillos después, me bajé del auto y toqué timbre. Insistentemente.

Valeria se tomó unos tres minutos para llegar a la puerta, toda despeinada, arropada tan solo con una bata y una cara de resaca digna de Barney.

- ¿Qué querés? - ladró.
- A mis hijos.
- ¿Eh? - puso cara de no estar del todo conectada a la realidad.
- Que vengo a buscar a los chicos, deciles que salgan.
- Ah, no - titubeó.
- ¿Cómo que no? - levanté el tono.
- No, los chicos se fueron a dormir a lo de mi hermana.
- Bueno, voy para allá - respondí, mientras empezaba a darme vuelta en dirección al auto.
- No, no vayas.
- ¿¿¿Qué???
- Que no vayas, que no están. Se los llevó a dormir a la quinta.
- ¿A la quinta? ¿En MI día de visita? - ya estaba furioso.
- Bueno, si querés, andá a buscarlos allá.
- ¡Pero eso es en Moreno!
- Bueno, no sé, hacé lo que quieras - la voz le patinó un poco y se metió adentro dando un portazo.

Clavé el dedo en el timbre nada más que para hacerla salir y darme el lujo de putearla. Ni se asomó. La llamé desde el celular, pero no respondió.

Finalmente, me subí al auto. Tomé la Panamericana a 150 kilómetros por hora. Ahora, que lo veo en perspectiva, creo que al menos dos veces estuve demasiado cerca de ponerme el coche de sombrero.

Llegué a Moreno cuando atardecía. Los chicos estaban en la pileta y Virginia tomaba sol en tetas. Me invitaron a quedarme, pero decliné con toda la diplomacia de la que fui capaz, dadas las circunstancias. Acabé por musitarle a mis hijos un lacónico "vístanse, que nos vamos" y emprendí el regreso.

- ¿Y qué vamos a hacer hoy?- preguntó Carolina, una vez en la autopista.
- No tengo idea, hija - respondí - ¿Será un poco tarde para un pic nic?