099 - La borrachera anual

Mi relación con Vilma habrá de estar, evidentemente, marcada por las borracheras.

No había vuelto a verla desde aquel incidente del happy hour, pero tropecé con ella -literalmente hablando, me la choqué y le volqué una copa de Mumm Extra Brut en el escote- en una fiesta de fin de año de las tantas a las que fui invitado en las pasadas tres semanas.

Las fiestas de fin de año de las empresas son todas más o menos iguales. Como los casamientos, las fiestas de 15 y los actos del 25 de Mayo de la escuela, las fiestas empresarias de fin de año tienen una serie de códigos propios que -salvo honrosísimas excepciones- se repiten de un evento al otro, como si los "planners" estuvieran todos clonados entre sí y no se les cayera una idea original ni a palos.

Ahora, mientras que en un barmitzvah el eje central de la organización es la sobreabundancia de comida, y en una fiesta de 15 todas las expectativas están puestas sobre la capacidad del DJ para armar un buen baile, en las fiestas empresarias todo está orientado al escabio. A una empresa se le puede perdonar que el lugar de la fiesta quede lejos, que la gastronomía sea berreta, que el discurso del Director sea demasiado largo, siempre y cuando haya suficiente para beber.

El resto, es una mera cuestión de tamaños. He ido a fiestas de fin de año de microemprendimientos que consistían en amontonarse en una mesa larga, en un chino libre del barrio, tomar demasiada cerveza para empujar los springrolls y terminar abrazados al micrófono de un karaoke con un pedo para catorce. He ido también a eventos de pymes pujantes, con cuarteto de jazz, canapés y vino de segunda marca de alguna bodega reconocida; como también he sido invitado a algún que otro megaevento, megacorporativo, organizado en el Luna Park, regado de Chandon y Chivas Regal, y musicalizado por La Portuaria, ahí, en vivo y en exclusiva para los invitados.

En todos los casos hubo discurso, ya fuera a viva voz desde la punta de una mesa larga, desde un estrado escueto con micrófono o desde un escenario con presentación multimedia en pantalla gigante.

Porque, a la larga, todos los eventos son iguales, y los tres elementos predominantes -la música en vivo, el discurso presidencial y la borrachera faraónica- están en todos lados, sin distinción de origen, tamaño, facturación anual o pedigree.

A Vilma no le importó mucho que le volcara el champagne encima. Al fin y al cabo, tenía más, mucho más, en el torrente sanguíneo.

Sé que terminamos en los bosques de Palermo, adentro de mi auto.

Me encantaría contar más. Pero, francamente, no me acuerdo.