A Martín lo suspendieron en la escuela. Sentó de culo a un compañerito con un certero puño en la mandíbula que hizo que el otro perdiera un par de dientes.
No es la primera vez que Tincho resuelve algo a los golpes. Muchas veces tiene razón. Pero es como en los accidentes de tránsito: si no hay testigos, el que impacta es el culpable, aunque el otro se haya pasado una luz roja en estado de ebriedad. Ante la duda, el que golpea paga.
Las primeras veces que mostró problemas de conducta -sobre todo, reacciones violentas- me dediqué a investigar su grado de "culpa", si había sido provocado o si era una reacción extemporánea de él. Creo que, en el fondo, lo que buscaba era una justificación para el orgullo troglodita que me provocaba ver que mi cachorro era perfectamente capaz de defenderse.
Con el tiempo, dejé de perder tiempo en atenuantes y empecé a castigar a Martín cada vez que hacía cagada. Porque "sentar de culo a un tipo está mal, aunque tengas razón", fue la explicación que le di para que entendiera por qué el hecho de que lo hubieran suspendido por una inconducta le iba a costar un mes sin salir, sin acceso a la computadora, sin recargas de crédito en el celular por mi cuenta y con una mensualidad reducida a la mitad.
Sin embargo, tuviera Tincho razón o no en darle una paliza a alguien, todos sus incidentes de conducta tuvieron un elemento en común: la reacción de la madre.
"Y, claro... ¡Cómo no va a ser un sorete, el chico, con ese padre que tiene! No me extraña para nada que se mande una cagada atrás de la otra... ¡Viene con los genes! ¡Todos los hombres de la familia Q son iguales!"
Porque, por supuesto, ella no tuvo nada que ver.