- ¿A que no sabés lo que me dijo tu ex? - me preguntó Marina, por teléfono, en un tono tal que me hizo adivinar una contenidísima carcajada maliciosa.
- A ver, soy todo oídos.
- ¡Que le soltaste los perros por chat! - gritó, al tiempo que liberaba la carcajada contenida en todo su maligno esplendor.
Cuando estaba casado con Valeria, no solía chatear con ella. Cuando me separé, el chat, el email y el mensaje de texto se volvieron una forma maravillosa de coordinar detalles menores -sobre todo los que tuvieran que ver con los chicos- sin obligarnos a oirnos mutuamente las voces. Jamás había guardado los historiales de chats, ni con Valeria ni con nadie, hasta que mi abogado me lo aconsejó. "Carece de valor jurídico", sentenció la voz profunda de Pablo, "pero siempre sirve para pegar una apretadita, llegado el caso".
Por primera vez los historiales de chats parecían tener alguna utilidad. Porque ni de casualidad recordaba haberle "soltado lo perros" a mi ex, menos por chat, dejando una evidencia escrita. Para peor, Marina no me había podido precisar cuál era la frase que, según mi ex, delataría mis intenciones, aunque sí me había dicho que la conversación habría sucedido, según mi exposa, durante ese mes.
Llamado por la curiosidad -y, quizás, algo de obsesivo paranoide- me aboqué, en una tarde muerta de domingo, a releer historiales. Me tomó poco más de una hora encontrar la frase clave y recordé el momento como si estuviera sucediendo.
Habíamos peleado con Valeria, por teléfono, por la mañana. Ya ni recuerdo por qué. Seguramente por plata, el tiempo que paso con los chicos, libros, zapatos o alguna otra historia enfermizamente recurrente. Inclusive, recuerdo haber dejado de atender sus llamados, con tal de que me dejara trabajar en paz. Hasta que, a la noche, apareció en el MSN, pretendiendo coordinar algo sobre un campamento al que Tincho estaba por ir.
A diferencia de las conversaciones de la mañana, se había mostrado alegre y cortés. Inclusive, se había ofrecido, de motu proprio, a resolver ciertas compras que había que hacer para el mentado campamento, para las que yo no tenía tiempo. Esta actitud, positiva y colaboradora, en tan alto contraste con la de esa mismísima mañana, me llevó a decir:
"Cuando estás de buen humor, sos adorable"
Me descolgué el celular de la cintura y envié un mensaje de texto a Marina:
"Ya encontré lo de los perros. Alguna gente no entiende la ironía".