072 - Monsters

Nunca fui un tipo putañero. Nunca me cerró del todo la onda de pagar por sexo. Pero, debo admitirlo, mis primeros tiempos como "new bachellor" fueron un tanto alocados. Y mi amigo Jorge no colaboró en lo más mínimo en mantenerme en mi cabales.

Una noche apareció en casa, sin previo aviso, como suele hacer, pateando la puerta, porque traía las manos ocupadas con una docena de empanadas de carne picante y cuatro litros de cerveza negra.

- Hoy, juerga, papurri - me gritó, mientras le abría.
- ¿Hoy? ¿Un martes? - pregunté desconcertado.
- Sí, hoy ¿Y por qué no?

La lógica del "y por qué no" era implacable, por lo que abrí el paquete de las empanadas y busqué unos chops vacíos para servir la birrita. Debemos haber tardado unos veinte minutos en liquidar la docena de empanadas, salomónicamente mitad y mitad, y otro tanto en hacer que al menos tres de los cuatro litros de oscuro néctar fuera candidato a convertirse pronto en un meo feroz.

Entonces, cuando el aburrimiento empezaba a asomar, a Jorgito se le ocurrió la brillante idea: "llamemos unas trolas".

¡Ah, internet que me hiciste mal y sin embargo te quiero! Los sitios de escorts parecían el coto de caza ideal para satisfacer la concupiscencia de mi amigo a la cual, tras la cerveza consumida, no estaba dispuesto a oponerme. Elegimos un sitio que proponía un "nivel VIP" y discutimos un rato sobre si llamar a "la rubia tetona", "la morocha esa del orto divino" o "la paraguayita de los ojos claros".

Finalmente, optamos por llamarlas en ese orden. La rubia se hacía llamar Venus. Su celular estaba desconectado. Intentamos entonces con Daiana, la morocha: "Ay, no, mi amor", se excusó, "hoy ya tengo todo reservado". La meretriz del país vecino se mostró alegre y bien dispuesta. Habíamos empezado a ilusionarnos cuando dijo en voz alta la tarifa: "el regalito son cuatrocientos pesos por cada uno más viáticos".

Desolados, volvimos al sitio de internet, sólo para descubrir, en una media docena de llamados más -ya inclusive a chicas que a duras penas nos gustaban- que todas tenían la agenda completa o directamente no atendían el teléfono (y las pocas que lo hacían pedían montos tan exhorbitantes que explicaban por sí solos por qué justamente esas chicas estaban disponibles).

- Ni las putas quieren laburar en esta ciudad - sentenció Jorge, dándose por vencido cuando ya era casi medianoche - ¿No tenés, al menos, alguna película?
- No, che... Los DVD se los quedó Valeria... Pero tengo algunas películas que trajeron los chicos.

Y así, eructando el picante de las empanadas, terminamos nuestra noche de lujuria tirados en el piso, viendo una película:

Monsters Inc.