Los cumpleaños de los chicos no son fáciles. Y, cuanto más grande se hacen, más dificultosos son aún. Hay una edad temible, sin embargo, más compleja que ninguna otra: la de Martín. Entre los 10 y los 15 años, los chicos -sobre todo los varones- son complicados de festejar. Porque ya no da para animadora y pelotero; pero tampoco están listos aún para cerveza y chicas bailando en el caño.
Tras una intensa negociación, cuando Martín cumplió 13, lo celebramos en una pista de bowling, más que nada como una manera de poder tener controlados a unos 18 púberes durante un par de horas sin demasiado esfuerzo.
Como de costumbre, llegué tarde, corriendo desde el laburo.
- Ah, llegaste - dijo mi ex con una cara de orto notable.
- Sí, lo más rápido que pude.
- Bueno, hacete cargo de tus hijas, que no me las banco más - aulló al tiempo que prácticamente me arrojaba a Natalia y Carolina por la cabeza.
Busqué una mesa tranquila, pedí nachos con queso y gaseosas, esperando bajarles la guardia. Natu se entusiasmó enseguida, pero Carolina permanecía cruzada de brazos, con una cara de ojete sólo comparable a la de la madre que la parió, sin decir palabra, sin tocar la comida y mirando con cara de odio hacia la pista de bowling.
-¿Qué te anda pasando, Carito? - me atreví a preguntar tras un eterno e incómodo silencio.
- ¡Que quiero jugar al bowling y no me dejan! - me gritó, como si fuera yo el culpable de tamaña felonía.
- ¿Cómo que no te dejan?
- Sí, papá... Martín y los amigos no me dejan, dicen que no es un juego para "nenas" - respondió, sacando la lengua a modo de burla en la última palabra de la frase.
- Bueno... - improvisé - es que son más grandes que vos, mi amor.
- No, papá. Solamente tienen cinco años más que yo. Pero se portan como HOMBRES... ¡Y no me tratan como una MUJER!
Hice un esfuerzo desmedido por contener la carcajada.
"Y ojalá siga así por mucho, mucho tiempo", le contesté.