Hubiera matado a Rosa. Por mucho que lo intenté, no logré que me diera una sola explicación mínimamente coherente de cómo cazzo se le había ocurrido embarrarme la cancha de esa manera con mi ex, cuando aún había una remotísima chance de reconciliarnos. "Más aceite da un ladrillo", decía Roberto Arlt y, tras un intenso interrogatorio -bastante despiadado, por cierto, plagado de palabras fuertes, tonos ácidos y amenazas surtidas- todo lo que logré que confesara fue un pueril "se me escapó".
Perdoné a Rosa. O, al menos, hice de cuenta. "Debería acostarme con vos", le dije, "a ver si eso también vas y se lo botoneás a mi ex".
Al fin y al cabo, estaba buena. Y yo necesitaba sexo.