Estuve casado con Imelda Marcos. Para los que no la recuerden, a fines de los '80, Imelda era la primera dama del dictador de Filipinas. Corrupta hasta la médula, fue muy cuestionada por su colección de más de cinco mil pares de zapatos -mayoritariamente adquiridos en Europa- que colmaba el vodoir presidencial mientras el pueblo pasaba hambre.
Valeria siempre tuvo debilidad por los zapatos. Y muy mal gusto. Desde que la conocí -y, según me decían los parientes, más o menos desde la adolescencia- ha gastado fortunas en calzado de forma enfermiza y compulsiva. Y acumulado, por supuesto. Porque ni Forrest Gump cuando le dio por cruzar el país al trote gastó tanta suela como para justificar la cantidad superlativa de zapatos, zapatillas, botas, sandalias, ojotas, alpargatas, suecos, stilettos, pntuflas, zancos que Valeria amontonaba.
Recuerdo claramente haberme regodeado, cuando me separé, en la idea de que, sin mi, Valeria tendría que vestirse los pies con su propio dinero en vez de con el mío. Hasta que, la semana pasada, recibí uno de esos llamados que me agarran con la guardia baja.
"Mirá, vos tenés que entender", me explicó con una paciencia, calidez y ternura completamente inusuales, "que yo tengo mis gastos... por ejemplo, en zapatos; y vos viste cómo son de envidiosas las mamás de la escuela ¿A vos te parece que yo puedo presentarme, por ejemplo, a una reunión de padres, con unas Adidas truchas, compradas en La Salada, todas andrajosas? Tenés que pensar que, a la larga, que mamá vaya a la escuela bien vestida, redunda en una mejor imagen pública para nuestros hijos... Y no queremos que nuestros chiquitos sean discriminados porque su mami es una crota ¿Verdad? Yo creo que, a la larga, que yo me compre algunos pares de zapatos nuevos va a afectar para bien la calidad de vida de nuestros hijos".
Por un segundo, me quedé paralizado, en silencio. Acudieron a mi mente recuerdos tristes de la infancia; recuerdos de ser mirado con mala cara por los chetitos del barrio porque mis propios viejos no podían garparme jean de marca o unas zapatillas de esas que parecen diseñadas por la Nasa.
Pero, en el exacto instante en que se me estaba por piantar una lágrima, décimas de segundo antes de decirle que se comprara los zapatos por mi cuenta y orden, tuve un momento de insight.
Y mi respuesta, con una sonrisa casi demoníaca entre los labios, fue de una sola frase:
"Hablalo con mi abogado"