004 - Tenencia compartida

Lo peor de la negociación fue llegar a un acuerdo sobre la tenencia. No, de los chicos no, eso fue lo de menos. Nos pusimos de acuerdo sin problemas. Cuando me separé de Valeria, la ardua negociación giró en torno a la tenencia del perro y de la mucama.

Sauron -un rottweiler arisco y posesivo- era de ella. Se lo había regalado su mamá para un cumpleaños, supongo que con la secreta esperanza de entrenarlo para que, algún día, me saltara a la yugular mientras estuviera dormido. Rosa, en cambio, la empleada doméstica, era mía. Es decir: había trabajado para mi durante varios años antes de casarme y, tras la boda, sería "adoptada" por esta nueva e incipiente familia.

Valeria pretendía quedarse con mi mucama. ¡Y que yo me hiciera cargo de su perro!

Con Rosa, las cosas no fueron tan difíciles, al fin y al cabo. La profesional de la higiene hogareña, de alguna manera, decidió que nuestra separación era una buena oportunidad de hacer leña del árbol caído. Mostrando una inusual cooperación, se las arregló perfectamente para seguir limpiando en mi ex-hogar y venir un puñado de horas a la semana a mantener más o menos decente mi piso de nuevo soltero. Con esto, aumentó su carga horaria y, por ende, sus ingresos.

Pero el problema era Sauron.