Las mujeres están llenas de reglas. Y las muy ridículas pretenden que las cumplamos. Horarios de llegada, orden de la casa, costumbres alimentarias, hábitos de higiene, protocolos sociales, cambios de rollo de papel higiénico y levantamiento de tapas de inodoros.
Separarse después de muchos años de una relación tortuosa es una liberación, un renacimiento. ¿Y qué es lo primero que hace todo macho que se precie de tal cuando se separa? Obviamente, rompe todas las reglas.
Dejar la toalla mojada arriba de la cama. Comer hamburguesas congeladas dos veces al día (y, a veces, durante varios días). Tomar del pico de la botella. Quedarse chateando hasta cualquier hora. Escuchar al palo discos del año del pedo. Pasear por la casa en calzones. Quedarse dormido delante de la tele. Volver a jugar videojuegos. Alquilar películas que incluyan tiros, explosiones y algún par de tetas prominente. Abandonar el último número de "Maxim" arriba de la mesa ratona (en vez de tenerlo escondido en la oficina). Eructar y tirarse pedos. Reunirse con amigos en día de semana.
Y volver a salir.
Sentirse de regreso en el mercado, volver a estar disponible, "con el cartel de 'libre' en la solapa", como dice Sabina, es una sensación que sólo puede compararse al orgasmo. O a un choripán con chimichurri, de parado, en la Costanera, quizás.
Pero también es inevitable -y duro- volver a la soltería a los 35 y darse cuenta que los años no vienen solos, que las canas no están ahí al pedo y que uno, probablemente, ya esté un tanto anacrónico. Aunque eso, seguramente, amerite un capítulo aparte.