001 - Son todos vivos

"Yo sabía que no iban a durar", "me la veía venir", "esa chica no era para vos". ¿Y ahora me lo dicen?

¡Qué vivos son todos! Digo yo, si era tan absolutamente obvio que Valeria y yo no íbamos a durar... ¿Por qué mierda no me lo dijeron hace catorce años atrás, antes de que gastara una pequeña fortuna en departamento, auto, fiesta y luna de miel en Miami; antes de que hiciera el ridículo, disfrazado de pingüino ante el altar; antes de que tuviera ni más ni menos que tres hijos con una mina a la cuál se le quemaron todos los fusibles? Me hubieran ahorrado un dineral y muchos malos momentos, mis estimados.

Todos -parientes, amigos, colegas, vecinos y advenedizos en general- hablan de mi divorcio como si lo hubiran previsto desde el primer día de noviazgo. Ansían el rol protagónico de "yo sabía que esto iba a pasar", como si con eso sumaran puntos en alguna clase de competencia ridícula. Como si se enorgullecieran de ser el pájaro de mal agüero.

Hace un par de días, nomás, tuve la mala suerte de cruzarme por el centro con un tío-abuelo que hacía un par de años que no veía. El loco es igual al tío de Seinfled. Pero no por su aspecto, sino porque todos los familiares cruzamos de vereda al verlo venir. Más pesado que chancho en brazos, pobrecito.

El diálogo, y el interrogatorio sobre "el" tema, eran inevitables:

- Así que te separaste - disparó Uncle Leo
- Msep - cara de orto acompañando la respuesta.
- Yo sabía, yo sabí que esa chica te iba a hacer mucho daño.
- ¿Sabés una cosa, tío? - disparé a mansalva - ¡Yo también lo sabía! Sólo que, como soy un pelotudo sadomasoquista que me encanta sufrir, me quedé catorce años al lado de esa chiflada de mierda. Me gusta que me hagan daño, tío, me gustaaaaa...

En este punto de la conversación, creo que mi mirada inyectada de sangre, una cierta inflamación en la yugular y el tono de mi voz -que había ido increscendo durante mi discurso- lograron que el tío se asustara un poco, por lo que se despidió casi amablemente y huyó a paso redoblado.

Han pasado casi tres años del día glorioso en que hice mis valijas. Treinta y seis meses de la primera vez que le dije a Valeria: "eso, hablalo con mi abogado". En estos casi mil días de separación, ha corrido agua -y sangre- bajo el puente. Y sigue corriendo. Porque, cuando hay división de bienes, cuota alimentaria y régimen de visita -cuando hay hijos en común- disolver del todo la relación es absurdamente imposible.

No volver a saber de mi ex sería lo mejor que me podría pasar en la vida. Pero, para eso, tengo que esperar al menos unos diecisiete años más, hasta que Naty -nuestra hija menor- cumpla la mayoría de edad.

Entre tanto, el juego del gato y el ratón continúa y continuará.

De lo que no estoy del todo seguro es de si soy Tom o Jerry.