201 - La pañalera

Mi prima Marcela está embarazada. Del tercero. De tres maridos diferentes. Sí, bastante putarras resultaron mis primitas. Me pidió que sea el padrino del cachorro por venir, lo cual me llena de orgullo, pero también de miedo.

No, no es miedo a la responsabilidad. Soy padre de tres, ya sé lo que es levantarse a mitad de la noche a calentar una mamadera o salir corriendo a la guardia porque la fiebre no baja. No sé si he sido el padre más eficiente del mundo, pero es innegable que conozco el oficio. Así que ayudar a mi primita con su vástago no es algo que realmente me preocupe.

Lo que me aterra es la charla pañalera. Todas las mujeres lo hacen, sin distinción de edad, condición social, nacionalidad o pedigree. Entre el segundo mes de embarazo y el fin del primer año de vida del nuevo retoño, se vuelven monotemáticas.

He visto mujeres brillantes, mujeres de letras, ingenieras, licenciadas con MBAs en el exterior, artistas y viceministras de alguna cartera importante arruinar completamente su repertorio de temas de conversación en el exacto momento en que el Evatest da positivo.

No sé lo que se siente un embarazo, soy nene, la naturaleza decidió que no me corresponde. Pero supongo que debe ser algo tremendamente invasivo, tener a ese Alien que se mueve adentro, crece, patea y empuja para salir, convirtiendo a cada embarazada en un pichón de Sigourney Weaver. ¿Será por esto que, cuando una mujer se embaraza, la charla pañalera lo invade todo?

Una mujer embarazada o con un hijo de menos de un año, por razones que no he logrado determinar, acaba por limitar sus tópicos de conversación a los siguientes temas: pañales, óleo calcáreo, toallitas húmedas para limpiar el culo del bebé, estudio comparativo entre marcas de mamaderas y chupetes (incluyendo relaciones costo-beneficio y estadísticas sobre los gustos personales de su infante), papillas -caseras o artificiales, marcas, variedades y recetas-, lactancia, leche materna versus leche medicamentosa, eructos, diarreas, pis, mocos, reflujos, vómitos y "cómo crece este chico, le tengo que comprar ropa una vez por semana, porque no le entra nada".

Sí, damas y caballeros, la charla pañalera.

Me aterra pensar que tengo por delante alrededor de un año y medio durante el cual ya no habrá más cine debate, ni café literario, ni agarradas de los pelos sobre los grandes temas de política internacional, ni crítica discográfica, ni filosofía barata y zapatos de goma.

Porque, hasta que mi ahijado haya cumplido un año, sólo podremos hablar de pañales cagados, vómitos coloridos y papillas con aspecto de efectos visuales de cine clase B.