196 - Psicología del automotor

Mar del Plata se había llenado de turistas. Era fin de semana largo y todos habíamos huído a robarnos el último rayo de sol, las últimas olas, el viento, sucum dum sucum dum y el frío del mar, sha la la la la la. Mar del Plata estaba absolutamente insoportable, por lo que, ni bien llegué, cargué a Mili en el auto y huimos a pasar el día en la mucho más pacífica Sainte Claire Sur Mer (pongámosle un poco de clase a la vieja y querida Santa Clara del Mar).

Santa Clara tiene algunas claras ventajas, válgame la repetición. Es un pueblo tranquilo y medio pedorro, donde no es necesario matarse a punta de sombrilla -la punta afilada, un arma mortal- para conseguir medio metro cuadrado de arena en una playa céntrica. Tiene una oferta gastronómica limitada pero no hay que hacer cola para comer y un puñado de pubs sobre la costa son buen refugio para noches tranquilas o tardes lluviosas. Pero la mayor ventaja es que está a sólo veinte minutos de auto de La Feliz, lo cual amplía el panorama.

Y allí íbamos, Mili y yo, a bordo del auto, del pueblito a la ciudad y vuelta, a ver una obra de teatro en la ciudad de los Havanna, a tomar una cerveza en algún lugar sobre las playas santaclarences, a caminar por La Rambla de noche, a buscar el último tugurio abierto de Sainte Claire para un trago más y un rato extra de charla.

El problema durante toda la estadía fue el auto. Porque, básicamente, andaba bien. Era robusto y confiable. Siempre que yo andaba solo arriba del auto, se comportaba como una Ferrari recién salida de la fábrica.

Las crisis mecánicas, sin embargo, se suscitaban -indefectiblemente- cada vez que ella se subía al temperamental vehículo.

La tercera noche seguida que tuve dificultades para poner el motor en marcha, tras mis sucesivas puteadas en klingon, ella diagnosticó el desperfecto con una frase lapidaria:

"Lo que pasa es que tu auto está celoso"

Desde ese día, creo en la existencia -al mejor estilo "Herbie"- de una psicología del automotor.

Los autos son posesivos con uno (como los relojes cortazarianos) y, en cuanto empezamos a demostrar que dejaron de ser nuestro objeto de deseo, nos juegan alguna mala pasada, como para cobrarnos el favor de habernos llevado de joda.

Justo lo que me faltaba.