186 - Estresantemente relajados

Lo primero que noté cuando me separé de Valeria fue que, en muchas ocasiones, me sobraba el tiempo. De movida, me sentí como un nene con chiche nuevo. Volví a tomar clases de karate. Abrí un blog. Empecé a componer música de nuevo. Salí unas cuantas veces con amigos que hacía mucho que no veía. Hice terapia. Retomé proyectos largamente abandonados.

Me dediqué sanamente al esparcimiento, a las actividades recreativas, a cosas que me alimentaran el alma.

Resultado: me terminé estresando. Acabé por involucrarme en tal cantidad de cosas, con tal de relajarme, que no tenía tiempo, justamente, para relajarme.

Porque a veces, relajarse estresa. Nos proponemos bajar un cambio y manejamos cuatro o cinco horas hasta un balneario plagado de gente tan chiflada como nosotros. Nos metemos en un shopping de precios exhorbitantes y luces que parecen el puente del USS Enterprise. ¡No nos atrevemos a apagar el celular! Así terminamos el fin de semana -o las vacaciones, o cualquier rato libre- más cansados de lo que las empezamos.

¡Y es tan lindo -y tan necesario- el tiempo para uno mismo! Lástima que seamos tan paparulos a la hora de buscarlo.

Bueno... ahora los dejo, porque acabo de volver de la reunión semanal del club de fans de "La Isla de los Wittis", ya estoy llegando tarde a mi clase de tejido punto crochet; y voy a tener que correr si quiero estar a tiempo para mi turno con el acupunturista.