Puesta en escena: Esta mañana, 07:58 am. Ingreso -completamente adormilado por la falta de cafeína en el torrente sanguíneo- a la escuela de mis hijos con Carolina de la mano. Hay una exposición de arte producido por los chicos, que los padres podemos visitar, por lo que me mando derechito para dentro. Cruzando hacia el patio, soy interceptado por la preceptora, con quien se suscita el siguiente diálogo.
PRECEPTORA: ¿Sos el papá?
MI CEREBRO: No, soy Cosmo y Wanda, los Padrinos Mágicos, mirá cómo me convierto en pececito, pelotuda.
MI BOCA: Sí, soy el papá... Lo que pasa es que el parecido no se nota, porque ella se afeita todas las mañanas.
PRECEPTORA: Ji ji ji ji... Es que... No podés pasar...
MI CEREBRO: Esperá que busco la topadora y te paso por encima, la puta que te parió.
MI BOCA: Disculpame, pero... ¿No está abierta la exposición de arte?
PRECEPTORA: Ehhhh... Sí... Ji ji ji... Me había olvidado.
MI CEREBRO: ¡¡¡FORRA!!!
MI BOCA: (inserte aquí amplia sonrisa)
PRECEPTORA: Ay... Pero... ¿No podés esperar a que izen la bandera?
MI CEREBRO: ¿Vos te creés que yo tengo toda la mañana al pedo, chiquita?
MI BOCA: Mirá... La verdad es que me tengo que ir a laburar ¿No me dejás pasar dos minutos? (inserte aquí cara de Gato con Botas en Shrek II)
PRECEPTORA: Bueno, dale... Pero cinco minutos nomás.
MI CEREBRO: Ahhhhh... Se siente poderosa, la muy mierda.
MI BOCA: Muchas gracias.
(doce minutos más tarde, camino de salida)
MI CEREBRO: Ahí está otra vez la preceptora conchuda.
MI BOCA: Gracias, querida... Hasta luego.
PRECEPTORA: Hasta lueeeeego.
Algunas veces hago un trabajo bastante eficaz en cortar la conexión entre mi cerebro y mi lengua, pero... ¡Qué gente boluda que hay suelta, carajo!