171 - El silencio de los inocentes

"Disculpe, licenciado", dije tímidamente, "¿A mí me toca hablar en algún momento?". Llevábamos ya treinta de los cuarenta y cinco minutos que duraba la primera sesión con el Licenciado Menéndez, el presunto experto en terapia de pareja al que nos había derivado la obra social, y Valeria no había parado de hablar un sólo segundo. Sé que los primeros diez minutos consistieron en un rosario de reproches y acusaciones. De lo que dijo entre el minuto once y el momento de mi humilde pregunta, no tengo registros: había dejado de escuchar.

"Déjela expresarse, a la señora", me ordenó Menéndez con mala cara, "después le toca a usted". Clavé la mirada en el vacío y me llevé mi mente a un lugar mucho más placentero, mientras un rumor como de tráfico en hora pico -el palabrerío de Valeria, al borde del llanto- me llegaba como a la distancia.

Por supuesto, pasaron los quince minutos restantes de sesión sin que me tocara meter un bocadillo, "pero no se preocupe, Señor Q, que en la próxima le toca a usted".

Sí, claro, seguro.