161 - Luz, cámara...

Hacía varios días que Jorge estaba a las puteadas. Una convención a la que no tenía ningunas ganas de asistir le tenía reservados tres días en el Costa Galana de Mar del Plata. Yo, en cambio, estaba entusiasmado por un viaje que no era mío, pero podía serme de gran utilidad.

"Tomá, necesito que entregues este paquete en esta dirección", le dije a Jorge, dándole una cajita y un papel con un domicilio garabateado con mi caligrafía infantil.

Un día después, Mili tenía ya instalada en su computadora la webcam que le acababa de enviar -mi primer regalo, quizás no el más romántico del mundo, pero sí el primero- y, al menos, en un recuadrito en el monitor, podríamos vernos.