El jardín donde va Natalia tiene algunas particularidades. Una de ellas es que el acto de fin de año no se llama "acto". Se llama "concert", como si se tratara de una superproducción de Broadway. Amo a mi hija con toda mi alma, pero un montón de enanitos jugando con aros y pelotas, disfrazados de vaya uno a saber qué cosa arriba de un escenario dista un poco de lo que se puede esperar de un término tan grandilocuente como "concert".
Sin embargo, voy todos los años. Saco trillones de fotos y babeo, como corresponde a todo padre, por las monerías que mi pequeña hace en escena.
En el jardín, hay que admitirlo, son muy organizados. Somos muchos padres para acomodar, sin contar el séquito de tíos y abuelos que este tipo de eventos suelen convocar. El año pasado, para que estuviéramos más cómodos, decidieron alquilar un pequeño teatro de barrio. Las primeras seis filas estaban reservadas exclusivamente para los padres y se asignaban dos localidades por familia, quedando el resto de la parentela relegada a las peores ubicaciones.
Lo cual no me pareció mal. Hasta que Valeria abrió la boca:
- Mirá... sobre el concert... - dudó
- ¿Qué pasa con el concert?
- Que mi abuela acaba de cumplir 92.
- ¿Y eso qué tiene que ver? - de golpe, empecé a imaginar hacia dónde iba el diálogo y alisté todas las armas.
- Que quizás no vea otro concert...
- Y... es probable - me puse cínico
- Y...
- Y... ¿Vamos al grano, Valeria?
- Y que creo que lo correcto sería que le cedas tu asiento.
Respiré profundo. Traté de relajarme. Hice mi mejor intento para evitar que el 14% de ADN italiano que llevo en la sangre no hiciera eclosión.
Pero todo fue inutil. Estallé:
- ¡¿Pero vos estás en pedo, flaca?! Pago una pequeña fortuna para que la nena vaya a ese jardín, me escapo a cada rato del laburo para ir a todos los actos insípidos y pedorros que hacen, por acompañar a mi hija. Encima, es diciembre, me voy a recagar de calor, voy a tener que hacer cola durante una hora para entrar y, para culminarla, le voy a terminar cediendo el asiento a TU abuela... Dejá de fumar cosas raras, nena, porque estás del tomate.
- ¡Sos un animal! - me gritó, al borde del llanto.
- ¡Y vos sos una desubicada, Valeria! - respondí, levantando aún más la voz - ¡Si querés un asiento de privilegio para tu abuelita, cedele el TUYO!
El día del concert, llegué temprano para evitarme la cola interminable. En el asiento que correspondía a mi exposa, la bisabuela de mi hijita desparramaba su ancianidad para los cuatro costados.
Por supuesto, se durmió a mitad del acto y roncó como una locomotora.