El mantel está tendido en el suelo. Compré Coca Cola y una Fanta Light para Carolina, que dice que está gorda. Tenemos sanguchitos de miga -menos de los que quisiera, los que faltan se los robó Sauron- unas empanadas que llevaban un par de días en mi heladera, papitas, palitos, chizitos y unos snacks con forma cónica y presunto sabor a queso.
Mis hijos, sentados sobre el mantel, comen de manera un tanto desaforada, más guiados por la gula que por el hambre.
Prendo un cigarrillo, me sirvo un vaso de vino y, allá arriba, veo la luna brillar sobre mi balcón.