Eran como las tres de la mañana del 1º de enero cuando el celular de Nacho sonó y su voz se volvió melosa al punto de dar asco.
Guille, Jorge y yo, instintivamente, hicimos silencio, para escuchar lo que estaba pasando, que fue, más o menos, en estos términos:
"Sí, sí... acá, en casa de Esteban... Nah, al pedo, comiendo un pan dulce... Bueno, dale, si no tenés nada que hacer, te paso a buscar en quince... Chau, chau... besitos"
A la conversación se sucedieron palmadas en la espalda, hurras de todo calibre y alusiones al descomunal tamaño de la delantera de la damita en cuestión, que ya me había hecho cargo de describir al detalle ante mis amigotes.
Pero la gran sorpresa la tuvimos al día siguiente:
- ¿Y? ¿Qué tal anoche? - preguntó Jorge con risita cómplice.
- Todo bien - respondió Nacho.
- Aha... sí, todo bien, pero... - intervino Guille.
- Todo bien, pero nada - dijo Nacho.
- ¿Cómo que nada? - preguntamos a coro.
- Miren... la pasé a buscar, fuimos a tomar algo cerca del río, caminamos un poco y la llevé de vuelta a la casa.
- ¿Y no le tocaste un pelo? - me desesperé.
- Nooo... ¿Cómo voy a hacer eso? ¡ustedes no entienden nada! ¡Lu y yo somos amigos! ¿Entienden? A-mi-gos.
- ¡Yo me la cojo como amiga! - gritó Jorge.
- No podés, nene, no podés - intervino Guille, con cara de profunda decepción.
Por unos segundos, se hizo un silencio incómodo. Las miradas bajas, las preguntas sin respuesta, la frustración ante la "nada" que Guille describía tan orgullosamente, amparándose en una supuesta amistad.
La amistad entre el hombre y la mujer es una cosa jodida. Y yo, encima, lo digo como si acabara de descubrir la pólvora, la penicilina y la fusión en frío.
Mi amigo Fede -que Dios lo tenga en la Gloria y no se le vaya a escapar- decía que la amistad entre personas de diferente sexo sólo es posible después de haber pasado por la cama. O, al menos, de no haber pasado por la cama tras una negativa demasiado rotunda de una de las dos partes. "Cogimos, nunca vamos a funcionar como pareja, seamos amigos", decía Fede, "o su variante: no me gustás ni a palos, seamos amigos". Pero, en su universo, no era posible la amistad legítima entre macho y hembra sin una cierta tensión sexual que los empujara, tarde o temprano, al menos hacia una propuesta de actividad horizontal.
Decidí romper el hielo, quebrar ese silencio incómodo, preguntando lo que, me pareció, era una trivialidad.
- ¿Y de qué hablaron con Lu? - pregunté.
- Bueno, básicamente, de sexo.
Guille y Jorge le saltaron a la yugular, preguntando detalles a los gritos, cagándose de la risa y empujándose como adolescentes. El griterío era tal que sólo pude recabar una frase mínimamente inteligible, que volvió a llamar a nuestro viejo amigo, el silencio incómodo.
- Ella dice que está siempre lista - dijo Nacho, en un momento.
- ¿Siempre lista? - preguntó el coro.
- Sí, si hasta abrió la cartera y me mostró una caja de forros... "Ves que siempre estoy preparada para todo?", me dijo.
- ¿Y no le tocaste un pelo? - otra vez, todos juntos, como en una tragedia griega.
- No, ya les dije... sólo somos amigos.