- Martincito - dije en mi tono más paternalista - Vení, que papá necesita hacerte una pregunta.
- ¿Qué pasa viejo? - contestó de mala gana y a la distancia.
- Vení, sentate...
- Ay, viejo, dale, que estoy en el chat.
- ¡Bueno, dejá de chatear y vení para acá, que tu padre te está llamando, carajo! - el paternalismo se me fue a la mierda y salió el macho alfa autoritario.
- Ufa - protestó Tincho mientras se sentaba a mi lado.
- Martín... Vos sabés que podés confiar en papá ¿Verdad?
- Msep
- Y sabés que, cuando quieras hablar, papá siempre está acá para vos.
- Mmmsep
- Y sabés que, con papá, podés hablar de cualquier cosa, sin vergüenza, que papá te va a querer igual, incluso si...
- Te estás poniendo pesado, viejo.
- Está bien, está bien... Decime la verdad, Martincito: ¿Sos...?
- ¿Soy...? - me miró intrigado.
- Si sos... - no podía decir la palabra en voz alta.
- ¿Gay? - arriesgó.
- No, no - estallé en una carcajada.
- ¿Entonces?
- ¿Sos EMO, nene?
- Ni en pedo, pa - ahora el que estallaba en carcajadas era él.
- Pero... ¿Y el "disfraz"? - me quedé atónito.
- Ah, eso...
- Sí, eso, Martín. Trescientos mangos gastados en una ropa espantosa.
- Eso... Es que hay una chica en la escuela que...
- Dejá, así está bien. Entiendo - sonreí cómplice.
Y desde esa noche dormí tranquilo.