Me citó para una nueva entrevista, que renovó mis esperanzas de carrera y despedazó mis expectativas de Don Juan urbano. Arriba de su escritorio había algo que no estaba antes, el día del primer y excitante encuentro: una laptop. El fondo de pantalla estaba inundado por la foto de una nena de unos cinco años. La misma forma de nariz. El mismo azul intenso en los ojos. Con el ADN no se jode, la filiación era obvia:
- ¿Y quién es esa belleza? - pregunté haciéndome olímpicamente el otario.
- Mi hija Lucía, respondió con una sonrisa de mamá orgullosa.
Estuve a un segundo de preguntar si había un padre involucrado y, de haberlo, si a ella le molestaría que apareciera tirado en un callejón, con unas cuantas puñaladas y tras haber sido sodomizado salvajemente por la barra brava de algún club del ascenso.
Pero consideré que probablemente la actitud me comprometiera a nivel profesional, por lo que me limité a hablar de laburo, tratando de convencer a esta madre (¡mamita!) que era el candidato ideal para el puesto y rezando en mi fuero más íntimo para que el padre de la nena tropezara accidentalmente con la hinchada de Lanús tras una derrota 8 a 0 contra Banfield.