"Tu ex está desesperada por salir", me dice Marina por teléfono, cagada de la risa de lo que está a punto de contar.
Las mujeres disponibles siempre salen de a dos. Salir de a muchas aumenta la competencia. Salir sola es gesto de desesperación por enganchar un candidato a marido, cuando no de alguna neurosis severa. O, en el peor de los casos, es clara señal de que la dama pretenderá se le oble un jugoso arancel, una vez finalizada la excursión al telo más cercano, por lo que salir sola empaña la imagen de una fémina en cuestión. Pero dos es un buen número: favorable para compartir un taxi, ocupar una mesa pequeña sin que luzca desolada o aprovechar algún cupón de descuento 2x1.
Pero el verdadero problema no es la cantidad, sino la configuración. Porque las chicas solteras que arman equipo para salir de cacería un sábado por la noche siempre están desparejas entre sí. Más desparejas que Jack Lemmon y Walter Mathau.
En cualquier pub, en cualquier boliche, en cualquier restaurant, en cualquier concierto, en cualquier baile del Club Comunicaciones, todo dama solitaria espectacularmente buena estará indefectiblemente acompañada por un escracho. Es axiomático.
La relación es, a la larga, una simbiosis: la linda atrae a los machos (lo que aumenta las chances que la fea tendría en solitario, beneficiándola) y la fea maximiza el impacto de la belleza de su amiga, generando un contraste y haciéndola lucir espectacular, como una especie de patético sideshow.
Marina es hermosa. Mide 1.75, tiene los ojos verdes y unas tetas así (inserte aquí un gesto con las manos, como tratando de abrazar el mundo). Y cuando me contó que Valeria la andaba llamando desesperada para organizar una salida juntas, no pude más que reflexionar brevemente sobre el fenómeno de las mujeres saliendo de cacería en parejas y estallar en una sonora carcajada.