051 - Beware of the dark

Llego a casa del trabajo, agotado pero feliz. En un papelito amarillo tomé apuntes de un par de anécdotas que recordé, de mis primeros años de casado, para compartirlas con mis lectores. Me siento delante de la computadora y escribo como un endemoniado. Las palabras fluyen solas, el texto tiene ritmo, tiene gracia, tiene estilo. Me siento García Márquez terminando "100 años de soledad".

Cuando, de repente, la oscuridad. Y el ahullido. A tientas busco una linterna y recorro el departamento. En un rincón Sauron le gruñe a la pared. En la pared, un enchufe muestra señales de haber sido arañado y mordido.

¿Que no tiene otra cosa para mordisquear, este perro de mierda, que los enchufes de mi departamento?

El disyuntor que instalé cuando me mudé me salvó de cenar rottweiler frito en 220 volts. Como puedo y a punta de linterna, aislo los cables que cuelgan y reto al perro, como si eso sirviera para algo más que para que me muestre una vez más su poderosa dentadura.

Abro la caja empotrada cerca de la puerta y enciendo el viejo disyuntor. Como en el Libro del Génesis, se hace la luz.

Todo parece estar bien, salvo por un detalle: Tan afiebrado estaba redactando, que olvidé guardar los cambios.

Deseo desde lo más profundo de mi corazón que, la próxima vez, este perro de los Baskerville que convive conmigo se electrocute como Dios manda y -rumiando una puteada- me voy a dormir.