Yo viajaba mucho. En una época, el laburo me sacaba del país un par de veces al mes. A veces, New York. Otras, Sao Paulo. La mayoría de las veces, Montevideo, en Buquebus. Siempre eran viajes cortos. De hecho, he llegado a al aeropuerto Kennedy en el primer vuelo de la mañana, sólo para trabajar todo el día como un perro y treparme al último avión de la noche para volver a Buenos Aires. De hecho, he corrido como un loco para subirme al Eladia Isabel un par de minutos antes de que las once de la noche lo expulsara del puerto charrúa.
De todos modos, no importaba a dónde fuera, todas las ciudades tenían un elemento en común: duty free shop. Siempre que pasaba por alguna terminal internacional, era un ritual obligado pasar por la tiendita de turno y comprar regalos para la familia. Solía llevar juguetes para los chicos. A Valeria, en cambio, le llevaba Dunhill. Fumadora empedernida, amaba esos cigarrillos a tal punto que me ha encargado que le traiga de a cinco cartones, como para tener stock y evitarse el trance de andar pitando tabaco nacional.
Por supuesto que todo eso es parte del pasado. No sólo porque viajo mucho menos, sino porque -obviamente- me separé, por si alguien no lo había notado.
Sin embargo, la semana pasada tuve que viajar. Me costó una pelea con Valeria, por supuesto, porque tuve que pedirle el "favor" de reacomodar el régimen de visitas de los chicos y que se quedaran con ella durante mi ausencia. Pero, además, tuve un diálogo completamente insólito, donde intentó hacerme "el cuento de los zapatos":
- Bueno... Ya que te vas a la mierda y me dejás plantada con los pendejos, al menos podrías traerme algo - me increpó.
- ¿Algo? - yo no lograba salir de mi asombro.
- Sí, algo, ya que viajás - hizo una pausa, supongo que para agregarle dramatismo al mangazo - Vos sabés que mi vida no ha sido la misma desde que te fuiste de esta casa y me condenaste a fumar Marlboro nacionales. Mi calidad de vida no es la misma y vos sabés muy bien que, si mamá está mal, los chicos estan mal.
- ¡Pero ningún problema! - me esforcé por sonar entusiasmado y todo - ¿Cuántos cartones de Dunhill te traigo?
- Y... Traeme por lo menos cinco - la sonrisa se adivinaba al otro lado del teléfono.
- Perfecto. A veinte dólares el cartón son cien verdes ¿Me lo pagás por adelantado o te lo descuento de la próxima cuota alimentaria.
Al otro lado de la línea se hizo un silencio incómodo. Balbuceó algo que incluía las expresiones "yo pensé que", "como antes" y "yo necesito mis cigarrillos". Realmente no escuché lo que estaba diciendo. Estallé en una carcajada y, al grito de "vos estás en pedo", colgué.