"No, Señor Esteban... Le juro que yo no le dije nada a la Señorita Valeria", empezó a balbucear Rosa. Por un segundo, estuve a punto de estallar de la risa ante la expresión "Señorita Valeria". Fue inesperado y, seguramente, lo haya dicho siguiendo expresas instrucciones de su otra patrona. Pero no podía perderme en risas. Estaba interrogando salvajemente a Rosa, tras el escándalo que me hiciera mi adorada exposa. No podía flaquear, tenía que ser duro, aún cuando ella negara todo.
Le dije que la iba a despedir y su cara se transformó. De golpe, estaba colorada y se le había hinchado la yugular de la ira. Hablaba entre dientes. "Usted no puede hacerme esto, Señor Esteban", decía con mucha bronca, "después de tantos años, dejarme en la calle como si fuera un perro".
Me limité a mirarla con una cara de asco que, según mis allegados, me es muy característica. Evidentemente esto la intimidó, porque bajó el tono inmediatamente, tratando de negociar: "piénselo bien. Señor Esteban... Son tantos años... Si Usted me diera otra oportunidad...".
Negué con la cabeza y a Rosa se le empezaron a caer las lágrimas amargamente.
"Estás despedida, tomátelas", fue lo último que me escuchó decir. Un minuto más tarde aceptaba su destino y cruzaba la puerta para no volver.
Supe tiempo después, a través de la ex familia política, que Valeria también había decidido prescindir de los servicios de Rosa. Supongo que quizás a ella tampoco le haya gustado tanto puterío.
O quizás sólo sea que dejó de serle funcional.