"Si querés volver conmigo, vas a tener que dejarlo todo", me dijo Valeria. Y ese día decidí abandonar todo intento de reconciliación. ¿Pero qué era ese "todo" que Valeria pretendía que dejara?
Una vez por semana, tocaba en una banda de blues. Una noche a la semana que era para mi. Una noche para aporrear mi Fender y soñar despierto conque, algún día, encontraríamos nuestro propio Brian Epstein, que nos llevara de la mano por el camino de la consagración. Cosa que jamás sucedería, para ser honestos. No éramos lo suficientemente buenos. Pero teníamos ese espacio, que era nuestro.
En esa época, además, solíamos reunirnos el primer y tercer jueves de cada mes, religiosamente en mi casa. La escena parecía un lugar común de comedia de Holywood: jugábamos al poker. Y con todos los ingredientes: apuestas de guita, habanos y porquerías para picar dejando miguitas sobre la mesa. No soy mal jugador de poker. He tenido noches buenas y noches horribles. Creo que, en el fondo, si hicira una contabilidad anual de mis noches de pocker, saldría hecho. Pero ganar o perder era irrelevante. Lo valioso de esas dos noches al mes era que lo pasábamos juntos, amigos de toda la vida, divirtiéndonos y también charlando de mil cosas que surgían entre fulles y escaleras.
"Yo acá te necesito y vos andás perdiendo el tiempo con esos vagos", reprochaba Valeria. Y yo tironeaba. Esporádicamente suspendía algún ensayo o alguna mesa de timba con una excusa inverosímil, nada más que para darle el gusto a mi mujercita.
Obviamente, cada vez que cedía uno de mis espacios en favor de mi Señora Exposa, me sentía terrible. Sentía que estaba defraudando a mis amigos y compañeros. Pero, sobre todo, que me defraudaba a mi mismo, que regalaba un cacho de mi identidad.
Durante demasiado tiempo caí en el truco de "necesito más atención" e hice malabares para conformarla, sin dejar yo de estar conforme.
Llevábamos un largo semestre separados y yo aún tenía las mejores intenciones. Aún creía que, quizás, pudiéramos recomponer la pareja.
El dia que, ya separados, me pidió que me abandone a mi mismo por ella, dejé de cooperar.
Ella lo supo. Y comenzó la guerra.