029 - Una vocecita en el teléfono

Por un momento, pensé muy seriamente en mandar en cana a la madre. En decirle a Natalia la verdad. Pero, no sé de donde, saqué las fuerzas para comportarme como un caballero. Porque la chiquita no tiene la culpa y su bienestar -supongo- vale mucho más que mi sed de venganza.

Hacía días que Natu no me hablaba. Inclusive, cuando me saludaba, ponía la cara, medio de costado, esos besos falsos tan molestos y hasta había dejado de abrazarme sin razón, como hace siempre. Empecé a preocuparme, sobre todo porque la enana es hermética: cuando algo le molesta, se cierra sobre sí misma y no dice nada.

Angustiado por el malestar de mi hija, que me era un completo misterio, opté por hacer lo que haría cualquier padre bajo, ruin y desesperado. "¿Vamos a tomar un helado?", le dije. Sí, la soborné.

Natalia puede estar furiosa, puede inclusive odiarte, pero no se puede resistir al poder de un cucurucho. Fuimos caminando, de la mano, de a pasitos cortos, hasta la heladería del barrio. Pedí chocolate y dulce de leche sin siquiera consultarle. Ella ya sabe que yo ya se. Es un código entre nosotros, ni hace falta preguntar.

Estaba terminándose el helado, cuando disparé la pregunta:

- Natu... ¿Por qué estás tan enojada con papá?
- Podque no me shamáz.
- ¿Cómo que no te llamo, mi amor?
- No me shamáz pod teléfono. Habláz con Tincho y con Cado, pedo no commmigo.

Ahí entendí. Y decidí improvisar.

- Mirá, hijita... hay muchas cosas que son muy complicadas. Pero sabé que, aunque papá no te llame, papá piensa siempre en vos. Además, si algún día me extrañás, me podés llamar vos a mi - expliqué con un tono calmo, mientras me desangraba de la furia por dentro.
- ¿Em zedio te puedo shamad? - se le iluminó la mirada.
- ¡Por supuesto que sí!
- ¡Pedo sho no zé shamad!
- Hagamos una cosa: cuando quieras hablar comigo, le decís a Martín y él te va a dar su celular.

Natalia era feliz. Se le notaba en los ojitos. Sólo bastaba luego, darle al mayor las instrucciones pertinentes.