Ricardo murió hace ya un tiempo. Pero lo sigo extrañando. Era mi amigo, mi cómplice y mi guía en más de una forma. Sigo teniendo un pedacito del gordo, sin embargo, en María José, su viuda. Majo lo amó profundamente, lo acompañó en su agonía y fue la "mamá" de todos los que nos quedamos huérfanos el día que él se fue.
Tengo una foto de Ricardo en mi escritorio. Lo necesito cerca, porque algunas veces le consulto algunas cosas. Él, a su manera, siempre se encarga de responderme. Pero hoy en particular, lo veía en esa foto -rodeado de chicos- y recordé cómo era verlos a él y a su mujer juntos.
La química entre esos dos se olía a un kilómetro de distancia. Si conocías a uno, automáticamente pasabas a adorar al otro. Sí, ya sé que suena a cliché, pero eran una sola entidad. Verlos juntos contagiaba eso tan fuerte que tenían entre ellos. Había una... ¿Chispa? No sé si es la palabra más adecuada -hey, mírenme a mi, dudando de qué palabra usar para describir algo- pero había una luz cuando ellos estaban juntos.
Conocí una sola pareja más en mi vida, además de Ricardo y María José, capaz de brillar de esa manera cuando estaban juntos.
Valeria y yo jamás tuvimos eso.
Como el Chapulín Colorado, debería haberlo sospechado desde un principio.