Nunca una mina me costó tanto como Verónica. En la vida. Lo juro. Y no es por dármela de guacho irresistible. Porque nunca fui exactamente un seductor. Más bien todo lo contrario. De pendejo, era el gordito nerd que prefería sus libros de ciencia ficción a una noche bolicheando por ahí. De joven, era el adicto al trabajo, siempre cansado, siempre pasado de rosca, siempre agotao. De adulto... en fin, que con un sueldo magro y una cuota alimentaria abultada; con tres hijos en etapas difíciles de la vida -todos en etapas diferentes, pero todas difíciles- y una ex esposa de comportamiento un tanto errático, tampoco soy muy buen partido.
Haciendo corta una historia larga (al diablo, ya la hice larga), siempre me costó conseguir mujeres. Pero ninguna jamás se resistió tanto a ir a la cama conmigo como Verónica.
Lo que en un principio creí que era profundidad, capacidad de análisis, introspección y una madurez tremendamete inusual para su edad, acabó por ser una neurosis común y corriente, hondamente arraigada en un ego que parecía no conocer límites.
Ella decía que teníamos algo especial. Y yo quería especialmente pasarle la lengua por rincones que tuvieran poca exposición a la luz solar. Ella decía que lo que hablábamos -tanto, demasiado- nos enrriquecía y nos hacía crecer. Yo, llegado un cierto punto, seamos brutalmente honestos, sólo pensaba en sexo.
Ella decía que yo le resultaba atractivo, pero que necesitaba "algo más" -nunca supe ni sabré qué- para tomar "la decisión", como si se tratar de algo tan trascendental que alteraría el balance del cosmos. Yo, en un torpe intento, la corría por el lado de "dale, probá, que te va a gustar".
Así me tuvo todo un verano. Y yo, como un perfecto idiota, jugué su jueguito enfermo, convencido de que la mina era especial.
Hasta que una noche, sucedió. Estábamos en su departamento. Tirados en el piso, sobre los almohadones. Veíamos una maratón de Star Trek, cortesía de un primo de ella que le había copiado los DVDs. Cuando, de repente, la penumbra del cuarto, la luz de la luna entrando por la ventana, la voz del Capitán Kirk diciendo "Beam me up, Scotty", de alguna manera, simplemente, me impulsaron a saltarle encima, como un aver carroñera sobre una presa moribunda.
Contrariamente a todas mis expectativas, no encontré ninguna resistencia. Por el contrario, cooperó tímidamente en un principio, para luego mostrarse realmente entusiasmada y poniendo lo mejor de sí en una empresa que se había hecho esperar más de lo normal.
Ok, lo admito, esa fue la descripción más fría de una escena de sexo en toda la historia de la palabra escrita... pero en el fondo soy un caballero que se ahorra ciertos detalles para sí.
Sobre todo porque lo más digno de ser contado, lo que es "fun in retrospect", sucedió exactamente después.